Voy en el 41 –un colectivo de color amarillo que une Boedo con Munro–, volviendo a casa. Hace frío. Todos vamos con abrigo, amontonados, mirando el celular o con los auriculares puestos. Una señora lleva en las manos un libro que reconozco: Pájaro Rojo, de Mary Oliver, edición de Caleta Olivia, con prólogo de María Teresa Andruetto. No recuerdo sus palabras exactas, pero sí lo que sentí al leerlo: así quiero escribir yo.
Mary Oliver fue una de las primeras poetas que leí, siempre me gustó especialmente su poema Wild Geese (Gansos Salvajes) que alguien me compartió cuando vivía en Nairobi y tenía 25 años. Dice:
No tenés por qué ser buena.
No tenés por qué caminar de rodillas
cientos de kilómetros a través del desierto, arrepintiéndote.
Solamente tenés que dejar que el suave animal de tu cuerpo
ame lo que ama.
Contame del dolor, tu dolor, y yo te contaré del mío.
Mientras tanto, el mundo sigue girando.
(...)
Quienquiera que seas, no importa cuán sola estés,
el mundo se ofrece a tu imaginación,
te llama como los gansos salvajes, áspero y apasionado,
anunciando una y otra vez tu lugar
en la familia de las cosas.
Pero ahora no vivo en Kenia. Tengo otros años, otros secretos, y estoy en el 41 observando a esa señora leer su poemario. Imagino a veces cómo sería poder ver, sobre un objeto o una persona, todas las formas en las que hemos coincidido. Las que notamos y las que no, como una película ¿Cuántos momentos de mi vida han tenido que ver con este libro, este poema, esta señora?¿Cuál es la historia mía con este colectivo, esta ciudad?
La calle Azcuénaga condensa, en tres cuadras, lo siguiente:
un cementerio en donde descansa, entre otros, Eva Perón; el albergue transitorio “Cancún” de puertas rojas y vidrios opacos; un almacén y un restaurante vegano al lado del Club de la Milanesa, una casa de empanadas, un pelotero-café para niños y adultos, una manicura-peluquera-depiladora, un café en donde solo se sientan personas con el pelo canoso, un edificio neogótico que parece una catedral pero es hoy la facultad de ingeniería de la Universidad de Buenos Aires y carga en sus ladrillos con una leyenda —la de que su arquitecto se suicidó a causa de un error que consideró insuperable—; una cervecería y un antro bailable, otra casa de empanadas tucumanas (las mejores).
La calle Azcuénaga, bien narrada, podría ser sin esfuerzo una película de Almodóvar o un libro de Isabel Allende –de esos que empieza a escribir siempre un ocho de enero–.
No recuerdo otro otoño así, pero rara vez tengo buena memoria. Estoy enamorada de esta ciudad de la que tanta gente quiere irse. Como cada vez que las hojas de los árboles se vuelve rojizas, a modo de ritual de paso, vuelvo a ver Gilmore Girls desde la primera temporada. Lejos de los arrebatos melancólicos, las hojas que se desprenden y se amontonan me traen al presente. Hace frío y hay sol: ya no extraño a nadie.
Pienso en todas las posibilidades, de repente me parece que yo podría tener cualquier vida mañana, o pasado. Este otoño me encuentro desapegada de mis lealtades. Lo que yo creía que cuidaba eran plantas salvajes, y resulta que solo necesitaban lo que ya tenían.
El sábado fui a un taller de poesía en una librería del microcentro porteño; leímos a Cristina Peri Rossi y a la portuguesa Maria do Rosário Pedreira. Hablamos de cómo la literatura puede ser territorio de venganza: ahí donde lo que no pudo ser, es; y donde alcanzamos a decir con palabras precisas lo que en algún combate tuvimos que tragarnos.
Alguien lee en voz alta y procedemos a analizar cómo utilizan cada palabra, lo que intentan contar y lo que construyen solo para destruir. Reconocemos las fuerzas que pelean dentro del poema y cuál eligen coronar ganadora, adivinamos, intentamos aprender algo.
Anoto mil cosas en mi cuaderno pero una frase queda resonando: el texto funciona porque se acepta el monstruo. La autora se permite ser la bestia también.
Y con eso, quizá, me alcance para escribirlo todo.
Hasta el próximo jueves 🔥
PD. La semana pasada no llegué a mandarte Un Fuego (una historia para otro día…), pero acá estamos, como siempre.
Me encantó! Que ganas de un curso de escritura y cuanto se extraño un fuego la semana pasada!
Me encantó! Me dieron ganas de recorrer BA, observar, hacer mil cosas.