Solo cuando transgredo alguna
orden
el futuro
se vuelve respirable
Mario Benedetti 🌹
Una vez fui a una numeróloga para que interpretara mis números sagrados. Tenía un perro gigante, una casa lindísima llena de plantas frondosas acomodadas en macetas rústicas y adornos que parecían venir de otros países. También un sillón blanco y mullido, de esos que te absorben en vez de sostenerte, en donde nos sentamos para encarar la sesión.
Mientras ella hacía cuentas con mi nombre completo y mi fecha de nacimiento, volqué accidentalmente el vaso de agua que me había ofrecido y en un intento torpe por levantarlo derrumbé algunos de los pequeños artilugios que decoraban la mesa de café. La sesión siguió y unos minutos más tarde fue ella quien volcó el té que estaba tomando. No pareció perturbarse demasiado, pero la sentencia fue definitiva: “ésta es TU energía, Lucila. Hay caos”.
En la vida nos dicen muchas cosas que no queremos escuchar. Algunas nos sirven para construir una versión más completa y mejorada de nosotros mismos y, otras, deberíamos esquivarlas y dejarlas pasar como lo que son: dardos venenosos.
Esta semana en mi taller de escritura me dijeron algo en lo que me quedé pensando. Después de leer uno de mis textos, una compañera me dijo “la narradora-protagonista nunca tiene defectos, la culpa siempre es de los demás”. Asentí como se asiente cuando alguien te da su opinión pero, en realidad, te está diciendo algo que desencadena un tsunami, una catástrofe del ego que formará olas que durarán semanas. “Puede ser”, contesté, “No busco ser una escritora justa”.
Soy especialista en contestar con frases que podrían ser el titular de una revista de chimentos. Todo antes que admitir que sí, que ella tiene razón, que últimamente en mis textos la narradora se encarga de despellejar a su pareja y hacerlo pedazos con comentarios filosos y cargados de frustración y que ella, por ahora, no ha mostrado otra cosa más que ganas de huir.
Supongo que hay momentos para la autocrítica y momentos para la catarsis, espacios para la justicia y, otros, para la venganza inofensiva, la de la ficción que se lee en un living de Villa Crespo en donde, por una noche, la protagonista es perfecta y su pareja, un villano sin grises.
*
Mi gripe persiste como persisten las ideas obsesivas, las canas, las amistades que surgen de trabajos con mal clima laboral, las manchas en la cara, los taurinos y los amores que solo duraron lo que el período idílico. En concreto, me soné la nariz 345 veces, vivo rodeada de pañuelos hechos un bollo – en mi bolsillo, en la cama, en la mesa–, tengo los oídos tapados y todo me resulta equivalente a subir el Aconcagua.
Es el octavo mes del año y en Argentina estamos todavía lejos del descanso natural que impone el verano. Estos días estuve tratando de escribir, de preparar este envío para contarte cosas que te pudieran interesar. Insistí, busqué, volví a insistir.
Ante la incapacidad de juntar un par de párrafos tuve una revelación: estoy cansada, bastante cansada.
No estoy trabajando a tope ni haciendo mil cosas. Reflexioné un poco más sobre este cansancio de origen misterioso. Las respuestas fueron muchas pero una de ellas mereció un poco más de atención. Hay algo que me quita energía: obedecer en exceso.
Siento a menudo que obedezco demasiado, que vivo cumpliendo reglas, expectativas, obligaciones, trámites, favores. Supongo que todos, en algún momento, tenemos instancias en las que la adultez se vuelve insoportable.
Cuando soy obediente en exceso vivo volcada a las necesidades ajenas y suceden dos cosas: una parte mía muere, desfallece, se marchita; y la otra se desespera por salvarse, quiere huir del incendio con la vehemencia de un animal enjaulado.
Estas semanas eternas de mudanza y gripe, de empujar muebles y tomar pastillas, de descanso obligatorio y jornadas destinadas a ordenar el pasado me llevaron al agotamiento por exceso de obediencia. Subyugada por lo innegociable de la salud, lo solemne del mercado inmobiliario y las esquirlas del pasado, caí rendida.
En consecuencia, mi diagnóstico es el siguiente: una parte de mí ha muerto momentáneamente — cuesta pensar, cuesta ejecutar—; y la otra tiene una necesidad salvaje de hacer acrobacias en altura, cometer alguna imprudencia insignificante — de esas que provocan júbilo instantáneo—, o desaparecer en un paisaje paradisíaco en un intento de rescate heroico.
Encontré un poema del uruguayo Mario Benedetti que compartí hace más de tres años en Instagram. Expresa a la perfección este sentimiento de ser víctima de la monotonía del cumplimiento y necesitar aire. Dice así:
Todo mandato es minucioso
y cruel
me gustan
las frugales transgresiones
Por ejemplo inventar el buen
amor
aprender
en los cuerpos y en tu cuerpo
Oír la noche y no decir
amén
trazar
cada uno el mapa de su audacia
Aunque nos olvidemos
de olvidar
seguro
que el recuerdo nos olvida
Obedecer a ciegas deja
ciego
crecemos
solamente en la osadía
Solo cuando transgredo alguna
orden
el futuro
se vuelve respirable
Todo mandato es minucioso
y cruel
me gustan
las frugales transgresiones.
Hasta el próximo jueves 🔥
P.D: este mail es ideal para ser reenviado y compartido 🌹
🙉❤️ es que que bonito escribes Luuuuu
Siempre fuego.
Te admiro desde la tierra guaraní.
Aguyje - Gracias 💘