Estoy sentada en un café y hay dos chicas de aproximadamente 16 años al lado mío. Hablan alto, se ríen de alguna famosa de Instagram - dicen que se operó la cara, les creo-, cantan una canción de Laura Pausini que reconozco y repiten, una y otra vez, que el lugar les parece divino y que van a venir a estudiar. Están contentas y no parecen notar mi presencia.
Me acuerdo de algunas cosas de mis 16 años. No conocía mucha gente que no fuera a mi colegio, excepto por algunos amigos de la familia. Cada salida con mis amigas, cada conversación, significaba definir muchas cosas: mi personalidad, el valor de esa amistad; nuestro estatus en la carrera de la adolescencia, tan permeada por el deseo ajeno. Todo era intensidad, definición, miedo a perdernos ese acontecimiento tan especial que nos convertiría en quién sabe qué. Todavía lo espero.
Recuerdos que guardo en contra de mi voluntad: Llorar en el ascensor por perderme una noche en Pacha, sufrir eligiendo la ropa, bailar lentos y mirar quién se pegaba más, los SMS - esa trabajosa forma de comunicarnos- , el papá que pasaba a buscarnos y hacía preguntas, la amiga que tomaba demasiado y había que cubrir, la turbulencia de jugarse la identidad en cada salida, sentir que todo se definía para siempre todo el tiempo. Agotador. Divertido y agotador.
Empiezo a darme cuenta de que mi generación fue la última en vivir un montón de cosas. El otro día, Tomi me dijo que había estado con 3 personas que no sabían lo que era un Ciber o Ciber Café. Esa insignia generacional, como MTV o los ringtones polifónicos.
Me puse a pensar en lo que estos lugares representaron para un montón de nosotros y lo raro que resulta explicarle a alguien que nació con Wifi y un Smartphone en la mano lo que eran esos antros sagrados en donde la vida privada de un montón de adolescentes empezaba a tomar forma fuera del radar parental.
Me acuerdo también de los veranos. Cuando teníamos vacaciones largas, de tres meses, y perdíamos contacto con nuestros amigos. Solo quedaba la opción de contarnos la vida por mail o chatear, y para eso teníamos que concurrir a un ciber y pagar por acceder, por quince minutos o una hora, a internet. No había laptops que llevarse a la costa ni celulares sofisticados a disposición de un adolescente.
Pagábamos para ver si nos había escrito el chico que nos gustaba o nuestra amiga que estaba de vacaciones en Brasil. El contacto era un lujo. Las cadenas de mails eran eternas y estaban llenas de efectos especiales hechos con asteriscos y guiones bajos. Las cosas tenían su tiempo y todos vivíamos bien así.
En Buenos Aires, iba a un ciber sobre Avenida Juramento que además era kiosco y librería - la determinación por sobrevivir era absoluta -. La mitología sobre los peligros del ciber era extensa: que los virus, que cerrar la cuenta de gmail antes de que se terminaran los 15 minutos de conexión, que los links y los archivos descargados. Todo era nuevo y peligroso.
Haber crecido sin internet en el teléfono ni smartphone en la mano 24/7 parece ahora una experiencia esotérica, un experimento de algún Youtuber noruego o el documental de algún osado que busca cambiar su vida a fuerza de renuncias.
Nunca más alguien va a experimentar el mundo de esa manera, al menos no como experiencia colectiva. Encontrarnos en una esquina a determinada hora y confiar en que todas las partes van a cumplir el pacto, ir a un locutorio para hacer un llamado importante de larga distancia, los teléfonos públicos que sí usábamos y sí funcionaban. Ese mundo que ya desapareció y en el que supimos movernos sin grandes fricciones, cuando esperar era parte de nuestra vida cotidiana.
¿Qué otros bastiones abandonaremos sin saber exactamente lo que estamos perdiendo? ¿Cuántas cosas que hoy nos parecen comunes no sucederán ya nunca más?
Supongo que pasará lo de siempre y lo que tenga que irse se irá sin que nos demos cuenta, hasta que alguien evoque el recuerdo como si se tratase de una película que vimos alguna vez sin prestar demasiada atención.
*
El año pasado nadé en un lago helado en Oregon, Estados Unidos.
Dicen que nadar en agua casi congelada trae beneficios para la salud. Supongo que gané un par de segundos de vida por haberme sumergido en ese lago cristalino, aunque seguramente volví a perderlos después por algún tropiezo- comer azúcar, compartir un cigarrillo con un extraño-. El Excel de los hábitos saludables es cruel.
A Cali la conocí en el 2015 en Kenya, vivíamos juntas en un departamento en Nairobi en el barrio de Kilimani junto con otras 3 personas. De ella aprendí, entre otras cosas, a hacer helado de palta y a decir “hola” en mandarín.
Después de varios años de no vernos recibí una invitación por correo postal en mi casa de Buenos Aires - esto todavía existe y es maravilloso-. Cali se casaba en Oregon, en el medio de una reserva natural. Decidí que quería estar ahí.
El evento duró varios días e incluyó cabalgatas por el bosque, noche de karaoke, discursos emotivos el día anterior al casamiento y paseos en paddle board por el lago. Todo parecía salido de un capítulo de Gilmore Girls.
Una vez terminada la ceremonia, había una chica sentada atrás de una mesa con un cartel que decía “Really Bad Portraits” (retratos realmente malos). La gente hacía fila y yo no entendía bien de qué se trataba pero me puse atrás de una pareja porque estaba sola y sentí curiosidad - en un próximo envío hablaré sobre el deporte extremo de asistir sola a casamientos en países lejanos-.
Cuando llegó mi turno me senté y Karlee empezó a hablarme. Me preguntó cuál había sido la última vez que había hecho algo nuevo. Le contesté que hago cosas nuevas bastante seguido, que tengo esa suerte o esa búsqueda. Me siguió preguntando cosas y sentí inmediatamente los efectos de ese veneno tan efectivo que es el interés ajeno en tu subjetividad. Nadie se resiste a que le pregunten por sus pasiones. Es el truco más viejo del mundo.
Mientras conversábamos, ella dibujaba. Me entregó un retrato hecho con lapicera negra y líneas finas. Me dibujó con el sombrero que llevaba puesto y los aros enormes que en realidad eran flores blancas pero ella hizo con forma de estrellas. Debajo del dibujo escribió: “whatever is different from what I know is very attractive to me” (Todo lo que es diferente de lo que conozco es muy atractivo para mí).
Un resumen sorprendentemente bueno sobre mí para alguien que solo me conoció durante 7 minutos.
*
Estas semanas se me está haciendo difícil pasar tiempo sola, leer y escribir. Cuando me cuesta es cuando más quiero seguir haciéndolo, aunque no llegue cuando quiero ni suene como más me gusta.
Te dejo este poema de una de mis escritoras preferidas de estos últimos meses, Cristina Peri Rossi, sobre salir del amor. No hay nada que agregar.
Salimos del amor
como de una catástrofe aérea.Habíamos perdido la ropa
los papeles
a mí me faltaba un diente
y a ti la noción del tiempo.¿Era un año largo como un siglo
o un siglo corto como un día?Por los muebles
por la casa
despojos rotos:
vasos fotos libros deshojados.Éramos los sobrevivientes
de un derrumbe
de un volcán
de las aguas arrebatadas.Y nos despedimos con la vaga sensación
de haber sobrevivido
aunque no sabíamos para qué.
Hasta la próxima semana 🔥
“El Excel de los hábitos saludables es cruel.”, me ha encantado.
La nostalgia. Mi emoción favorita. Volvamos!