Estoy sentada en una cafetería, esta vez ubicada en Chacarita. Pareciera ser que solo me muevo por barrios que albergan cementerios, pero no es así.
En la mesa de al lado hay un tipo con auriculares negros bluetooth, anteojos redondos y una laptop que en el lomo tiene pegada una calcomanía plateada que dice: ESTO NO ES TULUM.
Efectivamente, no estamos en el Caribe. Es importante tener los pies sobre la tierra.
Esta semana fue un vuelo con turbulencias. Subió la temperatura llegando a los treinta grados y como dicta una ley que no está escrita en ningún lado el ánimo social se crispó automáticamente – ¿O sólo los argentinos padeceremos de esta enfermedad?-.
Hay varias teorías que intentan explicar este fenómeno de fin de año. Será que sentimos que no hemos logrado eso que prometimos el 31 de diciembre a las 12:01, o que la situación económica arde o que sencillamente estamos un poco cansados. Es normal, me dice mi amiga Dolores. Y yo me quedo pensando en si de verdad es normal tanto cansancio y tanto hastío, y en que si de verdad es normal entonces qué implica eso exactamente.
Estuve toda la semana escuchando esta canción que Zoe Gotusso le escribió a su ex y me parece hermosa:
Lara no está, mi alegría se fue
¿Quién puede hacerme reír?
Tengo un montón, no me quiero quejar
Pero Lara me hacía feliz
Puede ser que vuelva a aparecer
La risa y el placer, que miedo.
También, empecé a leer algún libro y lo dejé. Intenté reiteradas veces poner orden en este monoambiente infernal y fracasé. Envié mensajes importantes que no obtuvieron respuesta, esperé recibir otros que tampoco llegaron. Salí a patinar pero el calor era agobiante y no aguanté más de dos vueltas; mi gata decidió, además, comportarse como algún tipo de felino salvaje y endemoniado.
Tal vez mis sospechas sean verdad y ella no me tenga simpatía. Sea como sea, tendremos que mejorar la convivencia el año que viene. No ha sido, como te decía, una semana fácil – pelearte con un felino nunca es señal de buena salud–.
Ya empezó la temporada de los que disfrutan anunciando la Navidad: faltan 8, 7, 6 sábados. No voy a participar esta vez de ninguna cuenta regresiva ni quiero pensar demasiado en lo que termina o lo que empieza. El presente me requiere entera.
En un par de días pasarán cosas hermosas. Se casa uno de mis mejores amigos, me voy a la Patagonia con gente que quiero a compartir una buena conversación y contemplar el lago con la esperanza de recuperar el brío. Es otra forma de decir que necesito un rescate.
No sé qué pasó en estas últimas dos semanas pero algo en mí se quebró. Fue similar a un apagón repentino, de esos que los porteños conocemos bien en verano. No lo vi venir ni lo comprendo del todo. Preferiría no caminar en la oscuridad a estas alturas del año pero no pierdo la calma, esto también pasará.
*
Hace dos semanas me llegó una postal de L. desde la Isla de Yeu, Francia.
El encargado de mi edificio la dejó debajo de mi puerta, mitad adentro, mitad afuera. Cuando salí del ascensor la sonrisa fue instantánea, ¿hay algo mejor que el correo postal? (Tal vez solo un par de cosas…).
Funciona hace miles de años, han escrito cartas las mentes más brillantes, las almas más torturadas; escribirle a alguien, un amor o un enemigo, es y ha sido siempre un acto de resistencia ante lo efímero.
Encontré este extracto de una carta que Juan Rulfo le escribió a su entonces novia Clara Aparicio en octubre de 1944, en Guadalajara, México:
“Desde que te conozco, hay un eco en cada rama que repite tu nombre; en las ramas altas, lejanas; en las ramas que están junto a nosotros, se oye. Se oye como si despertáramos de un sueño en el alba. Se respira en las hojas, se mueve, como se mueven las gotas del agua”
Siempre tuve debilidad por los romances epistolares.
Hace muchos años me enamoré - o eso creí en ese momento- de un chico alemán. Nos habíamos conocido en un hostel de Praga en donde compartíamos habitación con otras 18 personas por el módico precio de 7 euros la noche – esto incluía, además, una toalla-. Varios años más tarde vino a pasar un tiempo a Buenos Aires con una amiga y en esos pocos días que pasaron acá sucedió lo que no hubiera imaginado cuando lo conocí.
Fueron conversaciones eternas sobre los temas más sombríos y alegres de la vida, nuestros planes y dolores, las familias tan disímiles, las diferencias de haber nacido en el norte o el sur del mundo, los hijos que queríamos tener o los que creíamos que no tendríamos.
Encontré en él una persona inteligente, preocupada por los asuntos que a mí también me hacían pensar, dispuesto a hablar por horas de cuestiones intangibles sin preocuparse por medir la veracidad de mis declaraciones grandilocuentes - a menudo poco originales-.
Volvió a Alemania y hablamos por Facebook durante algún tiempo más – esto delata la antigüedad de la historia– hasta que en un arrebato de dramatismo decidí enviarle una carta.
Voy a serte sincera, quisiera recordar lo que le dije y contártelo, pero la memoria no me ayuda. Supongo que hay un motivo por el cual decidí escribir, enviar y olvidar.
No sé si las cartas enviadas sean algo que deba ser recordado, sino más bien una expresión de algo urgente o importante que quedará inmortalizado en manos ajenas, que pueden estar del otro lado del océano o en la misma ciudad, y decidirán unilateralmente el destino de esas palabras. Desaparecerlas o conservarlas en algún cajón medianamente privado, tal vez secreto, que se abrirá en muchos años cuando todo lo que nos quemó ya se haya convertido en una buena historia para compartir.
Tengo una foto de la carta hecha un bollo. Tuve que escribirla tres veces porque no me gustaba mi caligrafía - de ninguna manera quiero que sus nietos piensen que yo era una fulana con mala letra-. En la foto se leen las palabras: “Dear Henry”.
Envié cartas con mi perfume - me avergüenza contarte esto pero no te puedo mentir a estas alturas-, cartas que volvieron a mi dirección porque esa persona ya no vivía ahí, postales desde el vaticano que terminaron imantadas a la heladera atiborrada de mi madre, cartas sentimentales, cartas en pandemia, una postal verde con forma de rana y algún chiste malo escrito en inglés que ni siquiera entendía del todo.
Una carta que pregunta: ¿querés ser mi novia?
Una postal que dice: Perdón que me perdí tu cumpleaños, estoy en cuarentena.
Una carta de mi mamá cuando no podíamos hablar sin pelear y tantas de mi abuelo con caligrafía temblorosa y esa forma de hacerme sentir la persona más amada del mundo.
Una invitación a un casamiento lejos de casa.
Una carta que dice te extraño y no supe valorar.
Una postal que fue una declaración de guerra.
Nos leemos el próximo jueves 🔥
Gracias por leer Un Fuego. Si todavía no estás suscripto, esta es tu oportunidad ❤️🔥
El presente me requiere entera ❤️🔥❤️🔥
La energía que tienen las cartas (aunque me pasa lo mismo con la caligrafía, es cada vez peor), es única. Las sigo escribiendo todo el tiempo, a veces las guardo, otras veces las entrego. Son conexión ❤️