“Yo, en cambio, quiero comprenderte
como te comprende la tierra;
con mi madurar madura tu reino,
yo no hago nada más que esto.”
"El Libro de las Horas" - Rainer Maria Rilke
Estamos en el living. Vos fumás con la mitad del cuerpo asomada al balcón y, la otra, dentro de la casa. Una estrategia puramente simbólica para evitar que el humo entre y apeste. No sirve, pero igual lo hacemos. Fingimos que tiene sentido, porque es de esas costumbres que son una demostración de buenas intenciones y eso es importante.
F. está tirada en el sillón con mi gata sobre su regazo y yo estoy donde estoy siempre: sentada o acostada en el piso, suspendida en el tiempo sin la asistencia de ningún artefacto de confort.
Habíamos dicho que un vino sería suficiente, pero eso es lo que tienen las noches como estas: siempre te muestran que pocas cosas en la vida se pueden calcular. El evento canónico de todas las amigas que se juntan en la República Argentina por más de cinco o seis horas es el de caer, en algún momento, en la lista “Rock Nacional” de Spotify y entregarse a las letras del Flaco, Charly, Andrés, Fabiana o Fito. Sonó entonces uno de los himnos:
Yo sé que no soy culpable
Yo sé que ahora soy feliz
Yo se que quería que alguien
Alguien en el mundo piense en mí
Yo sé que soy imbancable
Yo sé que te hice reír
Yo sé soy insoportable
Pero alguien en el mundo piensa en mí.
Vos terminabas el cigarrillo armado y el living no sólo olía a tabaco sino que una nube de humo se había formado en el techo. F. bailaba acostada, moviendo las piernas, mi gata no se inmutaba porque prioriza siempre el contacto físico por sobre todas las cosas. Se banca los terremotos.
Mientras abrías la ventana para airear la sala dijiste: no lo había pensado pero nadie en el mundo piensan en mí, que bajón.
Lo dijiste con ese tono que es muy tuyo: una mezcla cuidadosa entre la indiferencia y la rabia que lograste mejorar con los años para que se pareciera bastante a un chiste que no da gracia. Un tono confuso para quien no te conoce; deformado quirúrgicamente para ocultar cosas, solo para mostrarlas de manera más cruda.
Nos quedamos en silencio. Alguna de las dos, ella o yo, ya no lo recuerdo, dijo una de esas frases que no sirven para nada: yo sí pienso en vos, ¿no cuenta?.
Nadie se molestó en contestar. Sabíamos lo que querías decir. A veces el pasado se nos viene encima como un yunque y se nos escapa una súplica, un reclamo desesperado que es imposible de satisfacer.
Se fueron y me quedé con un montón de cosas por lavar –¿cómo tres personas logran ensuciar tanto?—, olor a cigarrillo y mi gata, como siempre, llorando la ausencia de cualquiera que le haya dado amor.
No sé si alguien en el mundo estará pensando en mi amiga –yo creo que sí–, pero la pregunta autoreferencial fue inevitable: ¿Alguien en el mundo piensa en mí? En otros momentos supe si sí o si no, o al menos creía saberlo. Hoy ya perdí el termómetro de si existo en algún otro lugar que no sea este, hoy, acá.
También pensé en las personas en las que yo pienso, ¿sabrán que hay un pedacito de ellas en Buenos Aires? ¿O pensarán, como mi amiga, que solo existen ahí donde están ahora?
A veces les escribo, se los hago saber, les digo: me acordé de vos, cómo estás, te acordás de cuando. Envío un GIF que me causa gracia porque es ridículo (tiene flores o corazones; o flores y corazones, y una frase motivacional), una selfie mientras espero el colectivo, un link de algo que leí y me gustó mucho. Como dice Bad Bunny, “mientras uno está vivo, uno debe amar lo más que pueda”.
Y amamos lo más que podemos, como podemos. Eso a veces es, tristemente, un mensaje de Whatsapp o, en los momentos más amargos y torpes, una pelea ridícula, un reclamo que quiere ser otra cosa y no puede – no sabemos cómo–.
La memoria como forma de amor; que no es otra cosa que dejar que el otro exista a través nuestro un poco más, un rato más.
A algunos ya no puedo escribirles.
Calculo que en todos nosotros viven personas con las que ya no tenemos contacto. Y no te hablo de amores ni de torturas –al menos no te hablo solamente de eso– sino también de amigos que quedaron por el camino, gente que nos quiso y quisimos pero que vive lejos, está ocupada, ya no pudo.
En todos nosotros tienen un destello de presencia.
¿Qué pasaría si pudiésemos saber cada vez que alguien nos piensa? Recibir una notificación en el celular, ver una estrella fugaz que sepamos interpretar, o recibir una paloma mensajera que diga, nos confirme, que sí, que eso acaba de pasar. Alguien en el mundo pensó en vos recién: en Hong Kong, Londres, La Rioja, a la vuelta de tu casa, en el cuarto de al lado o en tu cama.
Como siempre que hablamos de algo medianamente melancólico yo consulto, después, a Pizarnik, como a un oráculo o a una universidad prestigiosa. El 16 de diciembre de 1958 escribió en su diario personal:
“Estuve pensando que nadie me piensa.
Que estoy absolutamente sola.
Que nadie,
nadie siente mi rostro
dentro de sí ni mi nombre
correr por su sangre.Nadie actúa invocándome,
nadie construye su vida incluyéndome.
He pensado tanto en estas cosas.(...)
He pensado en mi soledad absoluta,
en mí destierro de toda
conciencia que no sea la mía.(...) ”
Invocar y ser invocados: habernos recordado mutuamente en silencio, o mandar una señal —confiar en que llegue—, aun si nunca es entendida. Porque incluso sin respuesta, tal vez ya tocó algo.
Hasta el próximo jueves 🔥
No se si esto es solo en mi país, pero, siempre que se nos pone la oreja roja y caliente sin razón alguna, decimos que alguien está pensando en nosotros.
Tal vez, para aliviar un poco ese dolor de pensar que nadie piensa en ti, quién sabe.
Habrá que pensar también qué tan seguido se ponen las orejas rojas…
Me encantó, cuántas personas viven en mi mente día a día y no tienen la menor idea, capaz en una de las suyas vivo también