Este newsletter se escribió en Londres y se envía desde Copenhague –no, esto no es ni será un blog de viajes–, desde la recepción de un hotel de mala muerte en la noche de San Valentín.
Ayer no pude escribirte aunque tenía casi todo listo. Fue mi último día en Londres y entre trabajo y despedidas el día se me escapó de las manos.
Breves anotaciones:
Me olvido de cuánto me gusta bailar y ya lo dijo Sergio Dalma, “Bailar de lejos no es bailar”.
Los subsuelos tienen algo especial.
Ya no puedo estar una noche entera sin dormir como si nada (no más vuelos de madrugada).
*
Te escribo desde Londres.
Me había olvidado de que en esta ciudad nadie te mira. Podrías sangrar, desgarrarte en un grito, desnudarte en pleno invierno, ofrecer un millón de dólares, enloquecer en pleno Oxford Street.
En Londres nadie mira a nadie.
Al principio es desesperante –después también, pero uno ya hace como que se acostumbró–. No se devuelve la sonrisa, ni se hace contacto visual ni nada que se asemeje a reconocer que hay otra persona existiendo al lado tuyo. Algunos lo atribuyen a algo llamado “cortesía negativa”, otros, a que semejante clima no puede tener nunca buenos resultados y a que las islas también tienen eso. Por “eso” me refiero a cierta cuestión autosuficiente, cierta soledad.
En algún momento me obsesioné con entender. Cuando llegué acá en el 2019 a estudiar mi maestría no pensé que iba a lograrlo. La ciudad me resultaba ultra agresiva, los buenos modales, falsos; todo caro, carísimo, y la luz… la luz que se iba a las tres y media de la tarde. Londres casi me engaña y me expulsa. Pero después, como tantas cosas en mi vida, pudimos entendernos y ahora nos queremos como somos. A mí eso me lleva tiempo.
En esta isla todo lo que puede empeorar el frío sucede de manera simultánea: la bruma, la llovizna, el viento, el cielo gris. El pronóstico es tan tenebroso que parece una caricatura intentando desmantelar un concepto complejo a través de la hipérbole. Da risa, pero reírse congela los dientes así que todos caminan serios por la calle y, aún así, este lugar es para mí un pedacito de casa lejos de casa.
Vine a ver amigos. Te cuento más sobre ellos porque me entusiasma y porque hoy se celebra el amor en todas sus formas –o eso dicen–.
A J. y G. los conocí en Nairobi. Son sudafricanos pero en ese entonces todos estudiábamos y trabajábamos en Kenya y nos volvimos amigos gradualmente. Después se mudaron a Londres y yo volví a Buenos Aires. Nos vimos en muchos lugares del mundo. Su generosidad me rescató varias veces y esta vez me encargué de agradecérselos: G. me prestó un vestido para mi graduación en Londres, J. vino a acompañarme para que no estuviera sola porque mi familia no pudo viajar. Es una amistad que cumple 10 años. Todos hemos tomado decisiones.
Kassie estudió conmigo la maestría. Es boliviana pero vive en Londres hace ya un par de años. Siempre admiré la pasión con la que habla de lo que le interesa y su sentido del humor. Logra lo que se propone, tiene chispa y buenos amigos. También nos hicimos amigas de a poco, cuando nos dimos cuenta de que nos reíamos de las mismas cosas, hicimos ese viaje a Berlín y descubrimos un restaurante de comida Etíope en Brixton.
Eduardo es paraguayo y acaba de mudarse a Londres. Se especializa en temas tecnología y derechos humanos –seguro me lea y diga que lo explico fatal– y a mi todo lo que hace me parece interesante y me gustaría entender mucho más, saber mucho más, leer mucho más. Qué lindo es cuando alguien sabe de algo, y cuando le gusta eso de lo que habla y cuando, además, le importa. Como cualquier persona que llame mi atención, tiene un sentido del humor maravilloso y habla de sí mismo de manera honesta.
Pero no voy a seguir enumerando amigos –aunque te confieso que me gustó el ejercicio y podría seguir para siempre–.
Pienso en todas las personas que conocí en los últimos 10 años y en cómo sus vidas han cambiado de maneras inesperadas o exactamente como habían planeado —y la mía, la mía también—. La química es infalible: nos conocemos una noche en no sé dónde, compartimos unos meses, una semana, y nos seguimos el rastro para siempre, porque algo hay.
Es gente a la que quise desde el principio o con el tiempo, con la que he convivido o compartido viajes y odiseas, de la que me he enamorado –ya es hora de decirlo–, con la que he llorado, con quien he tenido experiencias inolvidables que a veces no logro traducir cuando vuelvo a casa, personas que viven vidas tan lejos de la mía y, aun así, nos une un cariño profundo y un entendimiento mutuo que es un alivio entre tanta confusión.
Frida Kahlo pintaba autorretratos porque decía que eso era lo que mejor conocía; a mi me gusta escribir sobre mis amigos porque todos ellos me resultan fascinantes, como esa frase de García Lorca que Carla me mandó por Whatsapp el día que cumplí 33 o 34 años –ya ni me acuerdo–:
"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol".
Estoy rodeada de ventanas soleadas. Ventanas improbables, de esas que no entiendo cómo ni por qué se cruzaron en mi camino pero me traen, a través del tiempo, información sobre mi vida, la que tengo, la que puedo tener, la que tuve. Me enseñan todo el tiempo haciendo lo que hacen.
No vi el Big Ben ni visité la Abadía de Westminster. Esta visita se trató de otra cosa.
Tengo mucho para contarte de Londres. De cómo viví la pandemia en este lugar, me mudé tres veces, me compré una bicicleta, me hice amiga —de balcón a balcón— de mi vecina de 80 años que vivió una guerra mundial y sobrevivió a la cuarentena a base de whiskey y cigarrillos, de las charlas eternas en Hackney escuchando a Mercedes Sosa y su “uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida”, los abrazos importantes, la sensación de que todo saldría bien y las ganas de vivir la vida, mezcladas con el miedo y las ganas de abrazar a los que estaban lejos.
Todo eso pasó hace un millón de años, aunque solo sean cuatro o cinco.
Mejor te lo cuento otro día, cuando ya esté en un lugar más cálido y propenso a narrar historias largas.
Feliz San Valentín ❤️
Hasta el próximo jueves 🔥
Qué lindo texto. Sí, queremos leer de todos tus amigos jajaj.
Me resonó lo que decís de que nadie mira a nadie, y justo hace unas semanas lo hablamos en un taller donde éramos todas inmigrantes en Londres. Hay gente a la que eso le molesta. Otros amamos.
Literal, hay días en los que alguna gente viaja desnuda en el metro o en bicicleta sin miradas inquisidoras. Confirmo. Pero también me ha pasado que me saquen charla en los parques, o salvar la vida de un desconocido en plena Oxford St.
AYYYY me encantó!!!! Mucho muy! Tus amigos, la vecina de balcón a balcón, quien estuvo ahi para rescatarte varias veces, el tiempo que toma entendernos y querernos como somos (en especial con ciudades nuevas) y tal cual, cuánto nos enseñan los amigos.
Qué hermoso escribis!!! Que lindo leerte. Hasta el proximo jueves ❤️