Tengo muchísimas cosas para contarte y no sé por dónde empezar. Nunca fui buena para narrar mis viajes, necesito tiempo para procesarlos y siento que enumerar acontecimientos no tiene sentido; igual que regalarle a alguien un imán de un lugar en donde nunca estuvo - existen algunas excepciones y algunos imanes encantadores, si es que un imán puede ser encantador -.
Pienso: estoy en Madrid, terminé de leer el libro de Correspondencia Erótica (me fascinó), hace tres días que solo como tortilla y tomo vermú, duermo poco y paso todo el día en la calle, vi a muchos amigos que extrañaba, el libro de Carla está listo, Madrid me tiene desordenada pero no me importa. Hacer este viaje fue un acierto.
Empiezo.
La última vez que tomé un avión con alguien fue hace cinco años. Por un motivo u otro, siempre viajo sola; estoy acostumbrada. Más que acostumbrada, me gusta hacerlo así. Voy escuchando música, tengo tiempo para leer en el avión, observo a la gente en el aeropuerto: en estado de éxtasis, de estrés, de excepción total.
Sin embargo, este viaje en avión se sintió distinto. En un acto novedoso, reparé en el hecho de que casi nadie iba solo: habían parejas, grupos de amigos, madres con hijos. Lo que siempre disfruté sin mayores reflexiones me resultó esta vez una experiencia un poco solitaria.
Tengo que admitirte, además, que rara vez pienso en los viajes antes de estar en el aeropuerto a punto de abordar. Me cuesta irme de donde estoy aunque el destino final me entusiasme.
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Aterricé en Madrid en un día nublado. Me senté en Barajas a comer un sándwich de serrano y un café con leche, ambos mediocres, como todo lo que venden en un aeropuerto - para salir del paso- , pero es un ritual que indica que llegué a un lugar nuevo y que empieza una aventura - y, por lo tanto, delicioso-.
Llegué a lo de Santi y Miquel y tuve recuerdos del 2023, en la misma habitación, con una vida muy distinta. Miquel toma clases de chino online - igual que el año pasado, es un chico perseverante- y lo escucho repetir frases que no entiendo pero supongo que están bien. Santi llegó más tarde de sus clases de baile y salimos a cenar los tres. Me encanta verlos otra vez, entusiasmados y con planes nuevos.
Son las tres de la mañana y no puedo dormir. Me pongo a escribir las mil cosas que pasan por mi cabeza pero decido que eso solo va a empeorar mi situación y entonces leo uno de los libros que traje para ver si así me da sueño. La madrugada es mi momento preferido para escribir pero el costo al otro día es alto.
No logro concentrarme y hablo con mi prima por Whatsapp. Me conoce y sabe de mi angustia apenas llego a cualquier lugar - o apenas me voy -. Me dice lo que ya me ha dicho tantas veces, es una teoría que hemos desarrollado con el tiempo:
Tu alma no está ahí todavía; tarda 72 hs. en llegar.
La leo y sonrío porque tiene razón: llegar me toma tiempo. Siempre me pasa lo mismo.
A veces necesitamos de los demás como recordatorio de lo que sabemos pero olvidamos, como si fueran una memoria externa, un disco duro o una marquita en la pared que va dejando rastro de que vamos haciéndonos más altos. Mañana será otro día.
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Ya es otro día y, efectivamente, la angustia le da paso a un entusiasmo que solo experimento cuando hago exactamente lo que tengo ganas de hacer y estoy donde quiero estar.
Ya siento el olor a Madrid, ya camino por la calle y advierto el sol en la cara, ya voy a encontrarme con amigas a tomar café y más tarde vino, a hablar de cosas. Ya entiendo por qué pensé que tenía que venir y por qué vine.
Nos abrazamos con alegría, los reencuentros son una de mis cosas preferidas. Conozco la nueva casa de Carla, le saco una chaqueta de cuero porque tengo frío y traje solo ropa de verano - fui mal asesorada- , me muestra unos anteojos de sol nuevos, me saca una foto pero no me gusta como salgo, hacemos planes para la noche. Maldecimos por dos o tres cosas, mandamos mails, nos decimos hasta más tarde. Yo sigo camino para encontrarme con Flor en El Retiro y comer algo a la sombra mientras nos ponemos al día.
Más tarde, las tres nos reunimos a tomar vino y comer quesos mientras planeamos algo importante para el fin de semana. Imito el acento español con mucha seguridad, creo que me sale bien pero Carla no está de acuerdo y me pide que pare de inmediato. Tal vez tomamos demasiado vino blanco. Creo que tiene razón, necesito practicarlo un poco más.
Me regalaron un libro de poesía y un abanico. Esto podría formar parte de alguna película de Almodóvar. No sé por qué me hacen regalos pero saben bien lo que necesito.
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Desayuno con Irene en un bar en donde no existen los flat whites ni los avocado toasts. Son las 8 a.m. y el lugar está lleno. El señor de la barra tiene prisa, es agradable y tosco; y sirve un pan con tomate y un café con leche en vasito de vidrio que me devuelven la vida después de haber dormido pocas horas.
A Irene la conocí cuando pasé medio año en Pamplona, a los 21, y ella recibía estudiantes de intercambio como yo. Ambas estudiábamos Comunicación. Desde el principio me pareció un ser de otro planeta y por eso nunca dejamos de estar en contacto. Siempre le estaré agradecida por haber tenido la delicadeza de aclararme que Pamplona e Iruña eran el mismo lugar - fue cuando le consulté, muy preocupada, en cuál de las dos me convenía alquilar una habitación -.
Después, ella vivió en Buenos Aires - ¿O eso fue antes? Ya sabés que tengo mala memoria - y nos vimos varias veces, de manera confusa y desordenada. Años más tarde se casó en Panamá, en una isla chiquita y deshabitada, en donde acampamos por una noche y pusimos cervezas en una pelopincho con hielo - una pileta de tela vinílica que se infla y nos salva de veranos calurosos - y bailamos hasta que salió el sol, después de haber comido langosta.
Ahora desayunamos café con leche en Madrid y yo le cuento un par de cosas tristes y otras que me hacen sonreír aunque haya dormido pocas horas. Sigue siendo de otro planeta y teniendo una predisposición natural para la aventura.
No sé todavía si iré a otro lugar o me quedaré acá los días que dure este viaje. No me importa haber estado mil veces ni aburrirme un rato. Me encanta estar a donde me gusta estar. Creo que repetir es maravilloso.
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Son las 10 am y ya tomé 3 cafés, algunos con ganas, otros para conseguir wifi.
Madrid me tiene desordenada: anochece a las nueve, ceno varias veces, siempre hay planes - uno, dos y tres- nadie parece tener que irse a dormir temprano y el clima es ideal. Tomo vermú - con media rodaja de naranja y una aceituna, atravesadas por un escarbadientes- y apenas siento que ya no tengo un ápice de energía, algo se renueva como si esto fuese el 2010 y yo tuviese 21 años - tal vez lo sea, tal vez los tenga -.
En estos días con más tiempo libre terminé finalmente el libro de Correspondencia Erótica que ya te había mencionado. Ojalá puedas leerlo.
El 24 de septiembre de 1928 Virginia (Woolf) y Vita (Sackville- West) hicieron un viaje juntas por Francia. Dos días antes, Virginia escribió en su diario íntimo:
“Escribo esto al borde de mi alarmante viaje a Borgoña. Me alarma la idea de siete días sola con Vita: me interesa, me emociona y me da miedo. Puede que descubra algo horrible en mí o yo de ella. Lo que más miedo me da es la mañana y las tres de la tarde, y querer algo que Vita no quiera. Y me voy a gastar el dinero con el que podría haber comprado una mesa o un espejo. Lo que una compra en los viajes es una serie de escenas que poco a poco disminuyen hasta quedar una o dos (...)”
Cito a Virginia para referirme a esta visita a Madrid: me interesa, me emociona y me da miedo.
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Hoy, 13 de junio, es el día del escritor y leí algo de Leila Guerriero sobre escribir que me gustó (llegué a esta entrevista de Filonews a través del newsletter de Aniko Villalba 💌):
Creo que el sentido que tiene la escritura en el fondo es bastante egoísta. Yo no puedo vivir sin escribir, si no escribo me licúo, el mundo pierde consistencia. Cuando uno no escribe uno está como dormido, como anestesiado. Entonces para mí permanecer en estado de escritura, no voy a decir que es ideal porque no hay estados ideales pero es el único donde realmente me siento viva. Obviamente no se puede permanecer siempre en estado de escritura y ese es un problema para alguien que escribe. Hay algo cruel en eso, porque cuando uno es una persona que escribe –y sobre la realidad– casi todo parece existir sólo si pasa por el tamiz o la decantación o la mirada de la escritura. Yo estoy todo el tiempo pensando: «esto puede ser un libro, o una columna». A veces estoy mirando la televisión y pienso qué podría decir yo acerca de esa publicidad. Alguien podría pensar que eso es desgastante, o que me mantiene en un estado de cámara encendida. Para mí resulta muy excitante, resulta muy estimulante.
Hasta el próximo jueves 🔥
PD: Escucho una y otra vez Charlatán de Gauchito Club.
PD 2: Hoy es el día del escritor: ya está listo el libro de Carla, Días Ridículamente Normales y Un Fuego sale - a veces tarde, a veces temprano, pero siempre a tiempo- todas las semanas hace ya varios meses. Está sucediendo.
me interesa, me emociona y me da miedo. Perfecto resumen, me lo llevo para explicar mi estado actual jajaja. Que lindo es leerte, amo FUEGO. Y gracias, no sabia que Pamplona e Iruña eran el mismo lugar. Esperando para leerte el jueves que viene ❤️