Llovió tanto en Buenos Aires el fin de semana que todos los amigos se juntaron por horas a tomar mate y mirar el techo en un ejercicio nihilista-performático de la porteñidad. Tirados en el piso o en el sillón, listos para reptar al arca de Noé y hacer sobrevivir a la especie o mirar YouTube por horas, lo que fuera necesario para sobrevivir y llegar al lunes. La redención agridulce de la rutina.
Yo me junté con Efe. a quien conozco hace veinte años. No vive acá pero está de visita por varios meses –¿acaso los argentinos tenemos problemas de apego?– y está encontrándose con sus vidas pasadas: primos que no ve hace mucho, ex novios que ya tienen hijos y exesposas, amigas de la primaria que devinieron en criaturas incomprensibles, padres achacados por la edad y los vicios; y una economía que nunca defrauda porque siempre es una montaña rusa.
Efe. mira su vida e intenta entender el paso del tiempo, las complejidades de irse de donde nació y volver para encontrarse con tantas cosas que le pertenecen y otras que la abandonaron o abandonó. Los amores del pasado también le pesan, tuvo, antes de irse, un par de historias que creyó inmortales a las que ahora se asoma con terror y curiosidad. ¿Qué fue de ellos? ¿Qué les pasó? Sabe que esas respuestas no hablarán sólo de los demás.
La conversación llega a un lugar inevitable. Entiendo que voy a salir lastimada por aproximación y semejanza. La escucho, aún miro el techo, el mate se enfría y la lluvia no cesa, siento todo el peso del domingo sobre mí. En otras circunstancias sentimentales, este sería un día perfecto. Creo que de todas maneras lo es, pero de una forma distinta. Finalmente, dispara.
Yo siempre me quedo queriendo, dice, me quedo con todo en las manos y no sé dónde ponerlo. Tiene bronca. No sé qué decirle, le miro los dedos llenos de anillos, las muñecas con pulseras de colores –una siempre roja para la envidia, las cicatrices de unos cortes que ya quedaron en el pasado–, las uñas despintadas como cuando éramos adolescentes.
Cuando Efe. se fue a vivir a otro país yo sentí que la capital había perdido un barrio entero, que mi vida se había achicado en términos concretos, que había menos oxígeno. Ahora, años después, seguimos siendo tan parecidas.
Quedarse con el amor en las manos, flotar debajo del agua en un silencio absoluto, oídos tapados por la presión; estar a punto de decir algo que da miedo, el corazón latiendo en la garganta; no saber cuándo es momento de cruzar una avenida, marearse, tener tantas ganas de hablarte y no poder. Ya no se puede casi nada, ya casi todos se fueron y Efe. se quedó queriendo. Y yo que la escucho pienso que ella soy yo y que yo también, otra vez, me fui.
La foto es desoladora, ofrecer y que no quieran, llamar y que no contesten. Efe. siempre da puñaladas cuando es domingo y llueve, no hace lo mismo los días de sol.
El otro día vi un gato anaranjado en la calle y me acordé de vos. Le saqué una foto para mandártela y me acordé, después, de que ya no hablamos. Como esa canción de Juan Gabriel que dice:
Por eso aún estoy, en el lugar de siempre, en la misma ciudad, y con la misma gente/ Para que tú al volver, no encuentres nada extraño, y sea como ayer, y nunca más dejarnos/ Probablemente estoy, pidiendo demasiado, se me olvidaba que, ya habíamos terminado, que nunca volverás, que nunca me quisiste/ Se me olvidó otra vez, que solo yo te quise.
Ya no puedo contarte: que me voy, que cambié, que me corté el pelo y me hice un tatuaje, que empecé un libro nuevo, que encontré algo que te gusta y casi lo compro igual, que vi a tu amiga y un meme que te hubiese hecho reír, que está a punto de cambiarme la vida y que tengo tanto miedo. Ya no te importa todo esto y cuando me acuerdo me amargo. No entiendo la crueldad de los finales y hay tantos.
Efe. ahora se reencuentra con los suyos, sus finales, cara a cara, después de haberse ido un buen rato, de haber construido, lejos, otras vidas. Siempre sufrimos por cosas parecidas pero pensé que ella era mejor, que sabía irse a tiempo: de los trabajos, los amores, las etapas o los grupos. Pero mi amiga demuele mi teoría y me dice, justo en este día gris, que siempre se queda queriendo y me confirma lo que no quiero creer: que ella tampoco sabe salvarse.
Tenemos, desafortunadamente, vocación de violinista del Titanic pero quisiera, de verdad, aprender a saltar a tiempo cuando el barco se hunde, conseguir una tabla y no dejar subir a nadie más; sobrevivir.
Poner todo lo que nadie quiso en un estante, andar por la vida con las manos libres.
Hasta el próximo jueves 🔥
Me llegó muy profundo, ya que hace unos días también vi algo y tuve intenciones de hablarle a esa persona, pero después recordé que ya no hablamos. Como leí en otro comentario de aquí "qué difícil irse a tiempo". Muy bueno.
Muy bueno, Lu! Fiel seguidor de tus notas. (Tu ex compa).